Jesús Rodríguez Beltrán nació en Oña (Burgos) en septiembre de 1952. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto y Licenciado en Administración de Empresas por el ICADE.
En enero de 1977 comenzó su trabajo en Sovhispán, la primera empresa mixta hispano-soviética, en el departamento comercial de la oficina de Madrid.
En diciembre de ese mismo año fue destinado a la delegación de la empresa en Moscú como adjunto al director, siendo después director de esa oficina a partir de 1979.
En abril de 1981 fue destinado nuevamente a Madrid, para hacerse cargo de la subdirección general de la empresa durante siete años. En mayo de 1988 fue nombrado director general y permaneció en el cargo hasta abril de 1991, fecha en la que dejó Sovhispán.
A partir de 1991 creó su propia empresa y mantuvo una intensa relación comercial y empresarial con organizaciones de la nueva Rusia durante varios años más, hasta que cesó definitivamente en esa actividad en 1997.
Residió por lo tanto en Moscú durante más de 3 años y a lo largo de otros 17 conservó un estrecho vínculo con el conjunto del país, por el que hizo innumerables viajes, profesionales y privados, con estancias prolongadas en la capital y en San Petersburgo (antes Leningrado).
LA OBRA
Fueron muchas las ocasiones en las que pensé en escribir sobre el caso de Timoféev, el de Koval, el de Kotlyar y algunos otros acontecimientos de esa parte de mi vida, pero lo fui retrasando, hasta que llegó un momento en que los sentía tan lejanos que llegué a creer que apenas sería capaz de recordarlos.
Durante mucho tiempo conservé un voluminoso y completo archivo sobre mi vida profesional a lo largo de veinte años, que incluían el periodo que aquí se relata. En un cambio de domicilio, por razones de falta de espacio en el nuevo, y quizá también por otros motivos, decidí destruirlo.
Conservo por lo tanto solo algunos papeles, que se salvaron de la quema por casualidad, o por no haber estado colocados en el lugar que les correspondía.
Aunque en algunos momentos he echado de menos el archivo, soy consciente de que, si hubiese dispuesto de él, estas historias hubiesen sido diferentes, más precisas en algunos momentos, pero menos personales. A la vista del resultado, y del inesperado flujo de recuerdos que en ellas se contienen, pienso que quizá no fue mala la idea de quemarlo.
Cuando me puse a la tarea no tenía ni idea del enorme poder evocador que el acto de la escritura podría tener en mí, ni de la precisión con la que sería capaz de recordar situaciones vividas treinta o cuarenta años atrás.
Si algún lector se anima con el primer párrafo del Preámbulo de El caso Timoféev se sorprenderá por su aparente contradicción con lo que aquí escribo.
No lo he modificado porque expresa el estado de ánimo y las sensaciones que tenía cuando comencé la escritura, y porque fue desde ese punto de vista desde el que empezaron a fluir los recuerdos.